Lugares liminales – Parte II: El castillo donde el duelo nunca termina

lugares liminales: Arenas de San Pedro

Entre el mundo de los vivos y los susurros del más allá

Introducción

castillo entrada y ventana en el muro. arbustos.

Los lugares liminales nos desconciertan.
Son umbrales, espacios intermedios donde el tiempo parece doblarse, los sentidos se agudizan, y la realidad se vuelve porosa. Lugares donde el presente se filtra con lo que ya no es… o lo que nunca debió ser.
Y entre todos esos espacios, pocos evocan con tanta intensidad el peso del pasado como el Castillo de la Triste Condesa, en Arenas de San Pedro.

Lugares liminales Arenas de San Pedro: El umbral de la Triste Condesa

Castillo de Arenas de San Pedro (Ávila)

castillo. Muro y ventana. vegetacion con palmeras

En la oscuridad de la Sierra de Gredos, entre brumas persistentes y montañas que parecen retener el aliento del tiempo, se alza el Castillo de la Triste Condesa.
No es solo una fortaleza medieval: es un receptáculo de duelo, un eco pétreo de antiguos sufrimientos.
Las piedras susurran tragedias. El viento, cuando sopla entre sus almenas, parece arrastrar voces apagadas de otro siglo.
Todavía hoy, los lugareños evitan sus cercanías cuando cae el sol. Dicen que allí dentro no habita el silencio, sino secretos no pronunciados y presencias que jamás encontraron descanso.

La mujer que nunca partió

El espectro de Doña Juana de Pimentel

espectro entre las murallas del castillo

En las noches sin luna, hay quien asegura ver una figura pálida asomarse a las torres.
Es Doña Juana de Pimentel, la Triste Condesa.
Tras la ejecución de su esposo, el todopoderoso Álvaro de Luna, fue encerrada en este castillo que se convirtió en su celda y su tumba en vida.
Durante años, contempló la sierra desde su prisión de piedra, esperando una redención que nunca llegó.
Dicen que aún recorre las estancias con un vestido gris, desvaneciéndose entre sombras, arrastrando los dedos por los muros fríos como si buscara allí el consuelo que la historia le negó.

Aromas que no deberían estar allí

Presencias sutiles, señales intensas

escudos en el muro del castillo

Quienes han tenido el valor de acercarse cuentan fenómenos extraños.
El aire se espesa. Una fragancia imposible —flores marchitas, húmedas, olvidadas— flota de pronto.
Y con ella, un frío antinatural lo invade todo, incluso en pleno agosto.
No es un frío cualquiera: es el del abandono, el del más allá sin consuelo, el que hiela el alma antes que la piel.

No está sola en la oscuridad

Otros murmullos en los pasillos vacíos

torre del castillo

Pero la Triste Condesa no es la única que deambula por el castillo.
Antiguos criados, prisioneros olvidados, sombras sin nombre.
Sus pasos resuenan, huecos, por las mazmorras.
Un guardia nocturno juró haber oído cadenas arrastrarse en plena niebla, voces en una lengua extinta, y una sombra alargada seguirle de cerca cuando no había nadie más.
El castillo respira. Y cada piedra recuerda.

Lugares liminales Arenas de San Pedro: Un umbral, no una ruina

Donde el tiempo se dobla

castillo, muro y puerta

Este castillo no está en ruinas: está atrapado.
Entre lo que fue y lo que pudo haber sido. Entre lo que aún duele y lo que jamás se cerró.
Es un lugar liminal: un umbral entre el mundo de los vivos y la memoria de los muertos.
Un espacio donde el tiempo no cura, solo conserva.
Y donde, si te atreves a entrar, puede que no salgas igual.

🕯️ Epílogo: Donde el velo es más delgado

No todos los lugares liminales son visibles a simple vista.
Algunos se ocultan a plena luz del día, disfrazados de ruinas turísticas, de caminos solitarios, de castillos que figuran en folletos. Pero bajo sus fachadas dormita algo más: una brecha, una rendija por donde se cuela lo inexplicable.

Y cuando cae la noche —esa noche que siempre llega—, el velo entre los mundos se adelgaza.
Entonces, los ecos despiertan.
Las puertas que no debían abrirse se entreabren.
Y los que esperaban… cruzan.

Quizás ya lo hayas sentido: un escalofrío sin causa, una sombra donde no debería haberla, un reflejo que no te seguía el gesto.
Son señales. Advertencias.

castillo en la noche. La luna resplandece

Porque estos lugares no solo existen.
Te observan.

Y si has llegado hasta aquí, lector, quizás ya sea demasiado tarde para volver indemne.

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